
Me pongo a pensar que ser madre se ha convertido el en una lucha por lograr una perfección que realmente no existe. Sentir que debemos complacer al exterior se vuelve una osadía cuando caemos en las lenguas equivocadas. Es una realidad , nos envuelve, y nos hacen duras con nosotras mismas con estas críticas.
La maternidad resulta muy complicada en días en que enfrentamos el salir a trabajar, llegar a la casa y hacer las tareas y demás compromisos. Cansa, por supuesto que cansa. Enfrentamos otra verdad, no somos súper héroes con poderes. Pero, decidimos aferrarnos a hacer más, y se nos olvida a quien de verdad le debemos todo, a ellos.
De mi experiencia como madre he aprendido que en cada paso que doy lo hago pensando en ellos, para que puedan estar bien. Ellos me responden, ellos son los que me aman y me amarán y me llevan y llevarán en su corazón en sus vidas, con sus recuerdos. No se crean, no son tontos y no olvidan el amor, los abrazos y besos que les distes. Tampoco olvidarán los “te amo” y “eres importante” o los “yo creo en ti”, que les dijistes
Y aunque creas que todo lo tienes en contra, no se decae, más bien se aprende. ¿Cómo? Con todo lo bueno y lo menos bueno que trae los hijos. Para mí, es mi grandiosa labor, la más agitada maravillosa labor. El continuar la vida esforzándome aún cuando siento en ocasiones que no quiero. Es por eso que son una terrible amorosa forma de seguir adelante.